Roberto de Mattei
Hasta los más reacios comienzan ya a abrir los ojos. Existe un plan
organizado para desestabilizar Europa mediante la invasión migratoria. Este
proyecto viene de lejos. Desde los años noventa, en el libro 1900-2000.
Due sogni si succedono: la costruzione, la distruzione (Fiducia, Roma
1990), describí este proyecto con las palabras de algunos de sus apóstoles, como
Umberto Eco y el cardenal Carlo Maria Martini.
Eco escribía: «Actualmente en Europa no nos encontramos ante un fenómeno
de inmigración. Asistimos a un fenómeno migratorio (…) y como todas las grandes
migraciones tendrá como resultado final una reordenación étnica de los países
de destino, un inexorable cambio de costumbres, una hibridación imparable que
mutará estadísticamente el color de la piel, cabello y ojos de la población».
Por su parte, el cardenal Martini consideraba necesaria «una selección
profética» para entender que «el proceso migratorio en acto desde un Sur cada
vez más pobre hacia un Norte cada vez más rico es una gran oportunidad ética y
civil para una renovación, para invertir el proceso de decadencia consumista
que está en Europa Occidental».
En esta perspectiva de destrucción creadora – comentaba
en mi ensayo –, «no serían los inmigrantes los que tendrían que integrarse en
la civilización europea, sino todo lo contrario: Europa se habría de
desintegrar y regenerar gracias a la influencia de las etnias que la ocupan (…)
Es el sueño de un desorden creador, de una conmoción semejante a la que
infundió nueva vida a Occidente en la época de las invasiones bárbaras para
generar la sociedad policultural del futuro».
El plan consistía, y sigue consistiendo, en destruir los estados
nacionales y sus raíces cristianas, no para construir un superestado, sino
parar crear un no estado, un horrendo vacío en el que todo lo
que tenga apariencia de verdadero, de bueno o de justo se suma en el abismo del
caos. La postmodernidad es esto: no es un proyecto de construcción, como lo fue
la pseudocivilización nacida del humanismo y del iluminismo que desembocó más
tarde en los totalitarismos del siglo XX, sino una utopía nueva y diferente: la
de la desconstrucción y la tribalización de Europa. El fin del proceso
revolucionario que desde hace bastantes siglos agrede nuestra civilización es
el nihilismo; «la nada en armas», según la feliz expresión de monseñor
Jean-Joseph Gaume (1802-1879).
Han pasado los años y la utopía del caos se ha transformado en la pesadilla
que estamos viviendo. El proyecto de disgregación de Europa, descrito por
Alberto Carosa y Guido Vignelli en su documentado estudio L’invasione
silenziosa. L’«immigrazionismo»: risorsa o complotto? (Roma 2002), se ha
convertido en un fenómeno de proporciones épicas. Quien denunciaba este
proyecto era tildado de profeta de desgracias. Hoy nos dicen que se trata de un
proceso imparable. Que debe ser dirigido pero no se puede frenar.
Lo mismo se decía del comunismo en los años setenta y los ochenta, hasta
que llegó la caída del muro de Berlín y demostró que en la historia nada es
irreversible excepto la ceguera de los tontos útiles. Sin duda, entre esos
tontos útiles habría que contar a los alcaldes de Nueva York, París y Londres,
Bill de Blasio, Anne Hidalgo y Sadiq Jan, que el pasado 20 de septiembre, con
ocasión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en una carta publicada
en el New York Times titulada Los inmigrantes son
nuestra fuerza, hicieron un llamamiento a «tomar medidas decisivas para garantizar
socorro y un refugio seguro a los prófugos que escapan de la guerra y los
inmigrantes que huyen de la miseria».
Los centenares de millares de inmigrantes que arriban a nuestras costas
no huyen de la guerra ni de la miseria. Son jóvenes que gozan de inmejorable
salud, bien presentados y sin señales de heridas ni de desnutrición como las
que tienen quienes proceden de donde hay guerra o hambre.
Dirigiéndose al Parlamento Europeo el pasado 26 de septiembre, el
coordinador de la lucha antiterrorismo en la Unión Europea, Gilles de Kerchove,
denunció una infiltración masiva del ISIS entre los inmigrantes. Pero aunque
los terroristas fuesen una minoría exigua entre ellos, todos los inmigrantes
clandestinos que desembarcan en Europa son portadores de una cultura antitética
a la cultura cristiana occidental.
Los inmigrantes no desean integrarse en Europa sino dominarla; si no por
las armas, con el vientre de sus mujeres y de las nuestras. Dondequiera que se
instalan esos grupos de jóvenes varones mahometanos, las europeas quedan
encintas, se forman nuevas familias mixtas sometidas a la ley coránica, y esas
nuevas familias solicitan al Estado mezquitas y subsidios económicos. Todo ello
con el apoyo de los alcaldes, gobernadores provinciales y parroquias católicas.
La reacción popular es inevitable, y en países con alto influjo
migratorio como Francia y Alemania se está volviendo explosiva. «Estamos al
borde de una guerra civil», ha declarado Patrick Calvar, director de la
Dirección General de Seguridad del Ministerio del Interior galo, ante una
comisión parlamentaria (Le Figaro, 22 de junio de 2016). Por su parte,
el gobierno alemán ha redactado un plan de defensa civil de 69 páginas en el
que se invita a la población a hacer acopio de alimentos y agua y «prepararse
de modo apropiado para una eventualidad que pudiera poner en peligro nuestra
existencia» (Reuters, 21 de agosto de 2016).
¿Quiénes son los culpables de esta situación? Sería preciso buscarlos en
más niveles. Como es natural, está la clase dirigente postcomunista y
sesentiochista, que ha tomado las riendas de la política europea; están también
los intelectuales que han elaborado teorías deformes en el campo de la física,
la biología, la sociología y la política; también los lobbies, la
Masonería y los potentados financieros que actúan unas veces en las tinieblas y
otras a la luz del día. Conocido, por ejemplo, es el papel desempeñado por el
financista George Soros y su fundación internacional Open Society.
A raíz de un ataque de hackers, más de 2.500 correos
electrónicos han sido sustraídos al magnate húngaro-estadounidense y difundidos
en Internet a través del portal DC Leaks. Por la correspondencia
privada robada a Soros se ha sabido que financia actividades subversivas en
todos los campos, desde la agenda LGTB hasta el movimiento pro inmigración.
Basándose en dichos documentos, Elizabeth Yore, en una serie de artículos
publicados en The Remnant, ha demostrado también el apoyo directo e
indirecto de Soros al papa Bergoglio y algunos de sus más estrechos
colaboradores, como el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga y monseñor
Marcelo Sánchez Sorondo.
Se observa una objetiva convergencia estratégica entre George Soros y el
papa Francisco. La política de acogida, presentada como la religión de
los puentes, opuesta a la religión de los muros, se
ha convertido en el hilo conductor del pontificado de Francisco, hasta el punto
de que hay quien se pregunta si no se favoreció su elección con miras a ofrecer
a los artífices de la invasión migratoria el apoyo moral que necesitaban. Lo
que es cierto es que hoy en día avanzan parejas la confusión en la Iglesia y en
la sociedad. El caos político prepara la guerra civil, y el religioso abre la
puerta a los cismas, que son una especie de guerra civil religiosa.
El Espíritu Santo, no siempre correspondido por
los cardenales reunidos en cónclave, no cesa sin embargo de actuar, y nutre
actualmente el sensus fidei de quienes se oponen a los
proyectos destinados a demoler la Iglesia y la sociedad. La Divina Providencia no los abandonará.
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