sexta-feira, 15 de janeiro de 2016


Não é apenas a heresia que ofende a fé católica


Eis um interessante texto de Roberto de Mattei baseado numa entrevista do cardeal Muller, Prefeito da Congregação para a Doutrina da Fé, acerca do tratamento dos graves problemas que a Igreja vive e das críticas de católicos por todo o mundo, nomeadamente a certos membros da hierarquia e até a Bergoglio. Embora se trate de uma declaração institucional, com as reservas que lhe são próprias, procurando evitar a condenação extrema dos detractores da doutrina cristã, tanto a entrevista do cardeal com o texto de Mattei são claros quanto ao desejo de preservar a ortodoxia da doutrina. Esperemos que Mattei e o cardeal, no concreto, não estejam intimamente a ser optimistas ao qualificarem os desviados de não hereges propriamente ditos...

Fazendo um enquadramento desses graves desvios não necessariamente na categoria de heresia, o texto não deixa no entanto de assinalar que podem existir hereges simplesmente camuflados de ortodoxos errados ou heterodoxos, para assim poderem agir dentro da Igreja — facilidade manipuladora que perderiam se se declarassem abertamente hereges. São aqueles que, por regra, vão dando na ferradura e, calculisticamente, de vez em quando, dão uma no cravo para segurar o rebanho no seu redil.

No fim de contas, estaremos simplesmente perante uma grande quantidade de pessoas da hierarquia da Igreja, incluindo ao mais alto nível, a cometer erros graves? Ou perante heréticos com uma estratégia de destruição pelo interior? Afinal teremos um centro de heréticos camuflados, dizendo-se ortodoxos, com a estratégia da destruição passo-a-passo, e utilizando os seus mais próximos, os simplesmente errados?

Eis a questão. Eis a dúvida que surge nos nossos espíritos a partir do que ouvimos de certos padres, confrontado com os documentos citados da Igreja e agora com as palavras do próprio Prefeito da Congregação para a Doutrina da Fé.

Às tantas, vindo o «apenas erro» de pessoas tão sabedoras de teologia e tão importantes na hierarquia, para sabermos onde acaba o desvio da doutrina e começa a heresia, teríamos de nos socorrer de um herejómetro...

Em qualquer caso, sabemos que a omni-condescendência em relação ao erro conduz infalivelmente à destruição. Em qualquer lugar.


Heduíno Gomes



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Não é apenas a heresia que ofende a Fé Católica


Roberto de Mattei

En una larga entrevista publicada el 30 de diciembre pasado en el semanario alemán Die Zeit, el  cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, plantea una cuestión de palpitante actualidad.

Cuando la entrevistadora pregunta al Prefecto qué piensa de los católicos que atacan al Papa calificándolo de hereje, responde: «Tengo que disentir, y no sólo por mi cargo, sino por convicción personal. Según la definición teológica, hereje es el católico que niega obstinadamente una verdad revelada que, como tal, la Iglesia exige creer. Otra cosa muy diferente es que quienes están oficialmente encargados de enseñar la fe se expliquen a veces de un modo desafortunado, capcioso o vago. El magisterio del Papa y de los obispos no es superior a la Palabra de Dios, pero está a su servicio. (…) Por otra parte, los pronunciamientos pontificios tienen un carácter vinculante que puede ser muy variado, desde una decisión definitiva pronunciada ex cathedra hasta una homilía que sirve por el contrario para la profundización espiritual».


Hoy en día se tiende a caer en una simplista dicotomía entre herejía y ortodoxia. Las palabras de monseñor Müller nos recuerdan que entre el blanco (la plena ortodoxia) y el negro (una herejía declarada) hay una zona gris que los teólogos han explorado con precisión. Hay proposiciones doctrinales que, sin llegar a ser explícitamente heréticas, están condenadas por la Iglesia con una calificación teológica proporcional a la gravedad y a la medida en que se aleje de la doctrina católica. La oposición entre verdad presenta de hecho diversos grados, según sea directa o indirecta, inmediata o remota, abierta o disimulada, y así sucesivamente. Las censuras teológicas (no confundir con las las censuras o penas eclesiásticas) expresan, como explica en su clásico estudio el padre Sisto Cartechini, el juicio negativo de la Iglesia sobre una expresión, una opinión o una doctrina teológica en su totalidad (Dall’opinione al domma. Valore delle note teologiche, Edizioni La Civiltà Cattolica, Roma 1953).

Dicho juicio puede ser privado, si lo formula un teólogo por cuenta propia, o público y oficial, si lo emite la autoridad eclesiástica. El diccionario de teología dogmática del cardenal Pietro Parente y monseñor Antonio Piolanti resume la doctrina con estas palabras: «Las fórmulas de censura pueden ser muy variadas dentro de una gradación que va de un mínimo a un máximo. Se pueden clasificar en tres categorías.

«Primera categoría: con respecto al contenido doctrinal, una proposición de puede clasificar de: a) herética, si se opone abiertamente a una verdad de fe definida como tal por la Iglesia; dependiendo de su mayor o menor oposición puede clasificarse como próxima a la herejía, que sabe a herejía; b) errónea según la fe, si se opone a una conclusión teológica grave, que deriva de una verdad revelada y de un principio de razón; si se opone a una simple sentencia común entre los teólogos, la proposición se censura como temeraria.

«Segunda categoría: con respecto a algún vicio de forma, por lo cual la proposición se juzga equívoca, dudosa, capciosa, sospechosa, malsonante, etc., aunque no contradiga verdad de fe alguna desde el punto de vista doctrinal.

«Tercera categoría: con respecto a los efectos que puede tener según las circunstancias particulares de tiempo y de lugar, aunque no sea errónea en el contenido ni en la forma. En tal caso, la proposición es censurada como perversa, viciosa, escandalosa, peligrosa, que puede engañar a los sencillos» (Dizionario di teologia dogmatica,Studium, Roma 1943, pp. 45-46).

En todos estos casos, la verdad católica carece de integridad doctrinal o se expresa de modo imperfecto e impropio. Esta precisión para calificar los errores se desarrolló ante todo entre los siglos XVII y XVIII, cuando la Iglesia tuvo que afrontar la primera herejía que se esforzó por mantenerse interna: el jansenismo. La estrategia de los jansenistas, como también más tarde la de los modernistas, consistía en proclamar constantemente su plena ortodoxia a pesar de las reiteradas condenas. A fin de evitar la acusación de herejía, se las ingeniaron para encontrar fórmulas de fe y de moral ambiguas y equívocas que se opusieran de frente a la fe católica y le permitieran permanecer en la Iglesia. Con igual precisión y determinación, los teólogos ortodoxos clasificaron los errores jansenistas según sus características particulares.

El papa Clemente XI, en la bula Unigenitus Dei Filius del 8 de septiembre de 1713, censuró 101 proposiciones del libro Réflexions morales del teólogo jansenista Pascasio Quesnel, entre otras con las calificaciones de «falsas, capciosas, malsonantes, ofensivas a los piadosos oídos, escandalosas, perniciosas, temerarias, injuriosas a la Iglesia y a su práctica, y que saben a herejía misma, que además favorecen a los herejes y a las herejías y también al cisma, erróneas y próximas a la herejía» (Denz.- 1451).

En la bula Auctorem fidei del 28 de agosto de 1794, Pío VI condenó a su vez ochenta y cinco proposiciones tomadas de las actas del sínodo jansenista de Pistoya (1786). Algunas de dichas proposiciones sinodales son calificadas expresamente de heréticas, pero otras se definen, según los casos como cismáticas, sospechosas de herejía, favorecedoras de los herejes, falsas, erróneas, perniciosas, escandalosas, temerarias o injuriosas a la costumbre de la Iglesia (Denz.H, nº 1501-1599). Cada uno de estos términos tiene un significado particular. Por ejemplo, la proposición en la que el sínodo declara «estar persuadido de que el obispo recibió de Cristo todos los derechos necesarios para el buen régimen de su diócesis», independientemente del Papa y de los concilios (nº 6), es «errónea» e «inductiva al cisma y subversión del régimen jerárquico»; la que rechaza el limbo (nº 26), es considerada «falsa, temeraria e injuriosa contra las escuelas católicas»; la prescripción que veda se pongan sobre los altares relicarios o flores (nº 32) es «temeraria e injuriosa a la piadosa y aprobada costumbre de la Iglesia»; la que propone el regreso a los rudimentos antiguos de la liturgia, «volviéndola a mayor sencillez de los ritos, exponiéndola en lengua vulgar y pronunciándola en voz alta»(nº 33), es definida como «temeraria, ofensiva de los piadosos oídos, injuriosa contra la Iglesia y favorecedora de las injurias de los herejes contra ella».

Un análisis de la Relatio final del Sínodo de los Obispos de 2015 realizado según los principios de la teología y la moral católicas, no puede menos que encontrar graves lagunas en el mencionado documento. A muchas de sus proposiciones se les podría dar la calificación de malsonantes, erróneas y otras por el estilo, pero de ninguna se podría decir que es formalmente herética.

En fecha más reciente, el 6 de enero de este año, se ha difundido en todas las redes sociales del mundo un videomensaje del papa Francisco (véase aquí) dedicado al dialogo interreligioso, en el que católicos, budistas, judíos y musulmanes parecen estar situados en un mismo plano, como «hijos de (un mismo) Dios» que cada uno encuentra en su propia religión, en nombre de una común profesión de fe en el amor. Las palabras de Francisco, combinadas con las de los otros protagonistas del video y sobre todo con las imágenes, transmiten un mensaje sincretista que contradice, al menos de forma indirecta, la doctrina de la unicidad e universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, reiteradas en la encíclica Mortalium animos de Pío XI (1928) y en la declaración Dominus Jesu, del entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fede Joseph Ratzinger (6 de agosto de 2000).

Si queremos aplicar, como simples católicos bautizados, las censuras teológicas de la Iglesia a ese video, habremos de definirlo de la siguiente manera: inductivo a la herejía en razón del contenido; equívoco y capcioso por lo que respecta a la forma; escandaloso por lo que respecta a sus efectos en las almas. El juicio público y oficial compete a las autoridades eclesiásticas, y nadie mejor que el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene atribuciones para expresarse en este sentido. Muchos católicos desconcertados lo piden a voces.





quinta-feira, 14 de janeiro de 2016


De que género é o teu sexo?


P. Miguel Almeida, sj, Observador, 9 de Janeiro de 2016

Nem tudo o que somos é socialmente construído ou exclusivamente biológico. Mas negar que a biologia é a base daquilo que somos é negar a realidade.

A propósito dos presentes de Natal, discutiu-se sobre se à feminilidade ou masculinidade das crianças ajuda ou desajuda dar camiões ao menino e bonecas à menina. Se se deve vestir o filho de azul – ainda que turquesa – e a filha de cor-de-rosa, ou se esta é uma atitude ofensiva e provoca distúrbios psicológicos imperdoáveis.

Até há relativamente pouco tempo, em linguagem comum, as pessoas tinham sexo e as coisas tinham género. A palavra género era usada para categorizar gramaticalmente nomes, adjectivos, artigos e pronomes. Num artigo de Ana García-Mina Freire (La categoría «género»: historia de una necesidad), encontrei alguns dados históricos interessantes que uso para este meu escrito.

A meados do século passado, John Money, deparando-se com diversos casos de hermafroditismo, sentiu a necessidade de empregar um termo complementar a sexo. O médico encontrara vários rapazes que foram criados como raparigas devido a um síndrome feminizante testicular e diversas raparigas criadas como rapazes por sofrerem de síndrome andrenogenital. Devido a estas malformações congénitas dos órgãos sexuais e ao consequente desenvolvimento de uma identidade construída sobre uma biologia que a contradizia, a palavra sexo mostrava-se insuficiente para qualificar estas pessoas.

Money adoptou, então, a palavra género. Sexo referir-se-ia aos componentes biológicos que determinam se uma pessoa é homem ou mulher, e género aludiria aos aspectos psicológicos e culturais que constituem as definições sociais das categorias mulher e homem.

Do restrito âmbito das ciências biomédicas, o termo género deu um rapidíssimo salto para as ciências sociais, graças ao movimento feminista, e tornou-se uma das opções epistemológicas mais relevantes para referenciar a relação entre homens e mulheres. Na IV Conferência Mundial sobre as Mulheres (ONU), o género respeita «à forma como todas as sociedades do mundo determinam as funções, atitudes, valores e relações que concernem ao homem e à mulher, enquanto o sexo se refere aos aspectos biológicos que derivam das diferenças sexuais. Portanto, o sexo de uma pessoa é determinado pela natureza, mas o seu género é elaborado pela sociedade e tem claras repercussões políticas».

O sexo é um dos critérios fundamentais na organização e compreensão da interacção social. Cada sociedade desenvolve modelos normativos que prescreve a cada sexo. Daí que a construção da nossa identidade seja influenciada pelos modelos normativos da sociedade à qual pertencemos.

Mas, em princípio, reconhecemos que um homem é homem e uma mulher é mulher porque o seu corpo e o seu organismo os distinguem como tal. Todos sabemos que há casos de androginia e transexualidade. E os que não vivemos esta experiência na primeira pessoa, apenas podemos vislumbrar e intuir o possível sofrimento de quem a vive. Mas as excepções tratam-se como excepções. Deduzir daqui a geral – e até saudável – absoluta separação entre os conceitos de sexo e de género é absurdo. Porque, embora a Conferência sobre as Mulheres acima citada afirme que «o sexo é determinado pela natureza» e «o género é elaborado pela sociedade», há já quem ideologicamente considere que até essa é uma interpretação conservadora. Porque, como sabemos, já é possível «escolher» ou «mudar de sexo». Ora, se elaboramos o género e escolhemos sexo, tornámo-nos criadores de nós mesmos!

Ser mãe é diferente de ser pai. A mãe pode dar de mamar ao filho sem sair do quarto; o pai tem que ir comprar o leite ao supermercado. E esta é uma função social que decorre directamente do sexo, não do género. Claro que daqui a defender que a mãe é mais apta para mudar as fraldas ao filho só porque é mulher e isso lhe é natural… (e, já agora, que o avental lhe fica a matar e que, como todos sabemos, ninguém faz a cama ou limpa o pó tão bem como as mulheres…) é um salto injusto do sexo para o género que funcionou durante demasiado tempo.

Neste sentido, o conceito de género veio ajudar, e muito, à evolução e ao desenvolvimento ético das sociedades. Faz-nos tomar consciência de que muitas das supostas características femininas ou masculinas não são, afinal, mais do que construções sociais. E dos inúmeros abusos que se lhes escondem por detrás. Quando, numa sociedade que sobrevaloriza o género masculino face ao género feminino, se atinge uma maior igualdade de direitos e oportunidades entre homens e mulheres, essa não é uma vitória apenas das mulheres, mas do ser humano. Mesmo que a devamos agradecer às mulheres.

Manifestar a diferença ao vestir o menino de azul e a menina de cor-de-rosa não é mau. A não ser que essa indumentária transporte consigo todo o imaginário de homem eficaz e eficiente, gestor e executivo de sucesso e, por outro lado, de mulher submissa, caseira para quem não faz sentido uma carreira profissional digna e intelectualmente estimulante.

Como em quase todas as áreas da vida, também aqui os extremos não ajudam. Nem tudo o que somos é socialmente construído ou exclusivamente biológico. Mas negar que a biologia é a base daquilo que somos é negar a realidade. O ser homem ou o ser mulher, só porque se nasceu assim, traz consigo diferentes características e funções sociais que ultrapassam a biologia. E isso é saudável! Até onde se pode e deve ultrapassar, eis a questão.






Pode um pai ser misericordioso

e severo ao mesmo tempo?



Cardeal Müller oferece a resposta

(…)

Ao ser perguntado sobre se é possível ser misericordioso ao corrigir os erros doutrinais, o cardeal respondeu: «Pode um pai ser misericordioso e severo ao mesmo tempo? Na verdade, se um pai não corrige os seus filhos e, ao invés disso, justifica ou minimiza os seus erros, não os amaria ou os enviaria directamente para a destruição».

No fundo, precisou, «um pai que não ajuda os seus filhos a reconhecer os seus erros, não os ama de verdade e não confia na possibilidade de que eles mudem».

«Porque a misericórdia contém em si, de forma indelével e inseparavelmente, o amor e a verdade. Pertence à tradição cristã, das Escrituras até o Magistério dos últimos Papas, que amor e verdade estão juntos: não existe amor sem verdade e não existe verdade autêntica sem amor. E isto acaso não deveria ser válido também para a doutrina?».

A misericórdia, explica o Cardeal, «é o contrário do laissez faire (deixar fazer)… esta não é a atitude de Deus frente ao homem: basta ler os evangelhos e ver como se comportava Jesus, era bom, mas ao mesmo tempo não ocultava a verdade. E a doutrina tem o mesmo objectivo de ajudar-nos a conhecer a verdade, ajuda-nos a aceitá-la na sua integridade e não enganar a verdade».

«A doutrina, para os cristãos, não tem como última referência as ideias (que temos) sobre Deus ou sobre a salvação que nos oferece, mas a vida mesma de Deus e a sua irrupção na vida do homem: é uma ajuda para compreender quem é Deus e o que está em jogo com a salvação que Deus oferece à vida concreta do homem».

Entretanto, «para compreender tudo isto, é necessária uma razão humilde, que não se coloca presunçosamente como a medida de todas as coisas. Infelizmente, o pensamento que surge da modernidade, que nos deixou também uma herança de muitas coisas belas, privou-nos desta humildade». …

O cardeal alemão disse ainda que «a misericórdia por meio da qual Jesus reveste o nosso coração, às vezes com força, outras vezes com doçura, é uma onda de bem e de verdade com a qual nos urge mudar em metade a nossa vida e abrir-nos àqueles que vivem ao nosso lado, fazendo com que se sintam próximos».

«A misericórdia ajuda-nos a conhecer sempre mais aquele Deus que se revela em Jesus e nos revela sempre mais a nós mesmos. E nos ensina a olhar, a amar-nos a nós mesmos e aos outros nessa perspectiva de bem e de verdade através da qual Jesus mesmo nos vê».

Neste sentido, continuou o Prefeito, «para mim, é paradigmático da misericórdia o gesto da confissão sacramental. Cada vez que nos confessamos, nos aproximamos do Senhor com o olhar sobre os nossos pecados e podemos sair aliviados, contagiados pelo seu olhar sobre nós, algo justo e bom ao mesmo tempo, não faz concessões fáceis, mas não nos abandona ante as nossas misérias». … «Espero para a Igreja e para todos nós que sigamos Jesus sempre com mais fidelidade e amor, a fim de não permanecermos prisioneiros das nossas fragilidades e misérias. Assim, poderemos servir sempre melhor os nossos irmãos e irmãs, na Igreja ou fora dela, porque o mundo inteiro necessita de Cristo, precisa ser aliviado e renovado pelo seu amor».

«E porque a misericórdia – concluiu o cardeal alemão – é uma graça que vem do alto e muda a vida, nos recebe como estamos, mas não nos deixa iguais como antes.»