domingo, 15 de maio de 2016


A verdadeira Cristas num partido

que se pretende democrata-cristão








A filha de Stalin converteu-se

ao catolicismo ao visitar Fátima


«Fui acolhida nos braços da Virgem Maria, a quem nunca me havia habituado a chamar pelo seu nome», conta Svetlana Iosifovna Allilueva, filha do genocida comunista Stalin.


«He dejado de esperar poder liberarme algún día de la etiqueta ‘hija de Stalin’. No puedes llorar tu destino, aunque lamento que mi madre no se casara con un carpintero». Estas son las palabras pronunciadas, en una de sus últimas entrevistas, por Svetlana Iosifovna Allilueva, hija de Joseph Stalin y de su segunda mujer, Nadezhda Allilueva.

Svetlana nació en 1926, cuando su padre era ya secretario general del Partido comunista soviético. La madre murió seis años después, oficialmente de peritonitis pero casi seguramente por suicidio, en la noche del 8 noviembre de 1932. Ella vivió esporádicamente con sus padres (aunque era la preferida de su padre Joseph) y creció con una niñera.

La inocencia perdida

Sin embargo, ella cuenta que siempre fue mimada por el padre, el cual a veces se sentaba para ayudarla en las tareas y cenar con ella y con sus amigos, hijos de los colaboradores. En la escuela era tratada como una «zarina», un compañero suyo de clase recordaba que su banco brillaba como un espejo, el único que estaba pulido. Durante las purgas, cada vez que los padres de sus compañeros eran arrestados, estos eran cambiados de clase, para que ella no entrara en contacto con los «enemigos del pueblo».

Luego, las relaciones con su padre se deterioraron cuando ella tenía 16 años, sea porque Stalin hizo «desaparecer» a dos tíos a los que ella estaba muy unida, sea porque encontró un documento reservado sobre el suicidio de su madre, que le había sido ocultado. «Algo dentro de mí se destruyó», recordaba. «Ya no volvía a ser capaz de respetar la palabra y la voluntad de mi padre».

Poco después, de hecho, se enamoró de un director de cine judío de 40 años, Aleksei Kapler, que, con una excusa, fue condenado por Stalin a diez años de exilio en una ciudad siberiana, pues desaprobaba su relación. A los 17 años se casó con Grigory Morozov, un compañero de estudios, también judío, tras recibir el permiso – de mala gana – del padre («Es primavera. Si quieres casarte, hazlo, vete al infierno», fue su reacción), quien nunca quiso ver al esposo.

«Sofocado por la muerte»

En 1945 tuvieron un hijo, Joseph, pero se divorciaron en 1947. Dos años después, Stalin combinó su segundo matrimonio con Yuri Zhdanov (hijo de un colaborador suyo), pero también este matrimonio – del que nació su hija, Yekaterina – naufragó casi en seguida.

En 1953, Svetlana asistió a la muerte de su padre. La describió así: «La agonía era terrible, fue literalmente sofocado por la muerte. En el que parecía ser el último instante de vida, abrió de repente los ojos, arrojando una mirada sobre los presentes en la habitación, una mirada terrible, alocada o quizás de rabia, llena de miedo. Después, de repente, levantó la mano izquierda. El gesto era incomprensible, parecía de amenaza. Murió al instante siguiente». Muchos hablan de muerte por envenenamiento, y hay quien sospecha incluso de Svetlana.

Después de la muerte del padre, ella asumió el apellido de la madre, Allilueva, y trabajó como profesora y traductora en Moscú. En 1963 vivió con un político comunista indio de nombre Brajesh Singh, hasta el día de la muerte de él. Con ocasión de ello se traslado a la India, sumergiéndose en las costumbres locales y abandonando el ateísmo en el que había sido educada por su padre y por la sociedad soviética. Se bautizó en la Iglesia ortodoxa rusa y, tras un encuentro con el embajador americano en Nueva Delhi, decidió huir a Estados Unidos, donde obtuvo asilo político, viviendo bajo la protección de los servicios secretos.

Fátima, la clave

La conversión al catolicismo llegó gracias a su relación con el monasterio carmelita de Friburgo, donde estuvo oculta durante un mes, y a continuación, a su amistad con el padre Garbolino, un sacerdote italiano de Pennsylvania, que la invitó a ir en peregrinación a Fátima con ocasión del 70.° aniversario de las apariciones.

«En 1969 el padre Garbolino vino a visitarme a Princeton, entonces yo era divorciada e infeliz, pero él, como buen sacerdote, siempre encontró las palabras adecuadas y me prometió rezar por mi», escribió la mujer, que en aquel momento se había apasionado por los libros de Raïssa Maritain, mujer rusa de Jacques Maritain, también ella convertida al catolicismo tras haber sido criada en el judaísmo y en el ateísmo.

Tras haber escrito dos autobiografías – que se convirtieron en best-seller –, en las que denunció a su padre como un «monstruo» y atacaba a todo el sistema soviético –, entre 1970 y 1973 se unió en (tercer) matrimonio con William Wesley Peters, del que se separó cuatro años después. De esa unión nació Olga. Asumió el nombre de Lana Peters y en 1982 se transfirió a Cambridge, Inglaterra donde, con ocasión de la fiesta de Santa Lucía, pidió y obtuvo el bautismo católico. En cierto momento, contaba la propia Svetlana, incluso se planteó la posibilidad de ser monja. Tras una breve permanencia en la Unión Soviética (desencantada de Occidente) y en los Estados Unidos, volvió al Reino Unido hasta el 2009.

La correspondencia con el sacerdote católico inglés que la acogió en la Iglesia católica el 13 de diciembre de 1982, que vio la luz ya después de su muerte, revela la profundidad de su fe cristiana. «Gracias y de nuevo gracias», escribía al sacerdote pocos días después del bautismo. «Gracias por haber abierto esta puerta para mí. No puedo describir la oscuridad de los últimos años, y la gran paz interior que me posee ahora».

«Fui acogida en los brazos de la Virgen María»

El 7 de noviembre de 1982, antes de su bautismo, describió su «constante y persistente admiración por la Iglesia de Roma» y el deseo «de estar allí».

«Como una brújula gira siempre hacia el Polo Norte, yo sigo girando todo el tiempo hacia la misma dirección: Roma. Acudo a la misa en Cambridge, miro a los mártires ingleses y a la Virgen, observo la vuelta de los fieles a sus asientos, tras haber recibido la Comunión: miro los rostros limpios de la gente. Me gusta ver esa transformación tan visible».

La misma fe se ve también diez años más tarde, en una carta del 7 de diciembre de 1992, en la que cuenta que acudía cotidianamente los sacramentos y la iglesia carmelita de Kensington Church Street, al oeste de Londres. «Me siento fuerte y más fuerte después de estos 10 años, estoy en el lugar justo». La última carta al sacerdote está fechada el 23 de enero de 1993.

En el libro «The Last Words», dedicado a su amigo sacerdote, Svetlana hablaba de la abuela paterna, que mandó al joven Stalin al seminario ortodoxo de Tbilisi, en Georgia. «Pienso que todos los problemas y la crueldad de mi padre, la inhumanidad de su partido, fueron causadas por la abolición del cristianismo», escribió. «Sus problemas comenzaron cuando abandonó el seminario a la edad de 20 años. Fue entonces, justo entonces, cuando su joven alma dejó de combatir el mal, y fue aferrada por el Mal, que nunca la abandonaría».

«Recé a Dios por primera vez a los 36 años, pidiendo que curara a mi hermano Vasilij», escribió. «No sabía ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Me bauticé como ortodoxa el 20 de mayo de 1962, tuve la alegría de conocer a Cristo, pero ignoraba casi toda la doctrina cristiana. Maduré la conversión católica durante mucho tiempo, y del catolicismo aprendí sobre todo esto: la bendición de la vida cotidiana, incluso de la acción más pequeña y oculta. Nunca había sido capaz de perdonar y de arrepentirme; hoy, como católica, soy distinta a antes, sobre todo desde que voy a misa a diario. Fui acogida entre los brazos de la Virgen María, a la que nunca me había acostumbrado a llamar por su nombre».

Svetlana Stalin murió el 22 de noviembre de 2011. Esta es la increíble historia de conversión de la hija del más sanguinario dictador de la historia, jefe del primer país oficial y políticamente ateo.


Original em: http://gaceta.es/noticias/hija-stalin-convirtio-catolicismo-visitar-fatima-30042016-1044.






Barrigas de aluguer: o testemunho de uma mãe




Catarina Nicolau Campos, Senza Pagare, 14 de Maio de 2016

Assim como chove lá fora, hoje também chove no meu coração.

No mesmo dia em que o Parlamento aprovou as «barrigas de aluguer» em Portugal. Ora o aluguer, como aprendi na faculdade de Direito, é uma forma de locação, quando esta incide sobre coisa móvel. E por locação entende-se o contracto pelo qual uma das partes se obriga a proporcionar à outra o gozo temporário de uma coisa, mediante retribuição. Só por isto poderíamos dizer, Dr. Passos Coelho: as barrigas não se alugam.

Mas a questão é bem mais radical. Em Agosto de 2010 soube que estava à espera da minha primeira filha. À espera não, porque na verdade ela já lá estava bem presente, e na segunda ecografia, com 8 semanas e picos, o coraçãozinho da Pilar já era bem audível, para sorriso rasgado do pai e lágrimas descontroladas da mãe. Durante 9 meses de enjoos, infecções sem fim, mais 26 quilos, noites sem dormir, dias inteiros só a dormir, aprendi a conviver com a minha bebé. Aprendi que sempre que ouvia os acordes de uma guitarra portuguesa, a Pilar saltava de alegria. E por isso, ao longo de 9 meses, muitas guitarradas lhe foram dedicadas. Aprendi que, sempre que me virava para dormir do lado direito, subia escadas a correr ou me enervava, a Pilar dava pontapés de insatisfação e só eu sabia disso, eu, a sua mãe. Geri toda a alimentação para que nada lhe fizesse mal, porque uma mãe quer o melhor para os seus filhos.

A barriga cresceu, o resto também, e ao fim de 9 meses percebi a relação íntima que uma mulher tem com o seu útero. E depois de uma cesariana, ficaram ainda mais visíveis as marcas físicas da passagem do ser maravilhoso que é a nossa filha pelo meu corpo. Meu corpo? Meu não, dela, porque o meu útero foi feito para lá estarem os meus filhos, e o meu peito para os amamentar. Nós mulheres, somos veículos de Vida. E quando a Pilar nasceu, acalmava-se quando a encostava ao meu coração, porque estes foram os batimentos que ela se habituou a ouvir.

A Pilar conhecia o meu cheiro e por isso, (e passados 8 meses ainda é assim), não há colo como o da mãe. E esta relação de cumplicidade, esta experiência, única e irrepetível, não se aluga, nem se compra. Assim como não se alugam e não se compram os bebés. A partir do momento em que tratamos as crianças como meros objectos, coisas, para preencher um vazio numa relação, para completar a fotografia de família ou apenas porque lhes apetece ter algo para entreter, temos crianças adoptadas que são devolvidas às instituições porque, simplesmente, não tiveram boas notas, como se fossem cães que não tivessem atingido o objectivo dos seu treinadores.

Assim, hoje, por estas crianças, e pelas que não nasceram porque não lhes foi dada sequer a oportunidade de viver, chove no meu coração.